El ornamento, un lenguaje por derecho propio

El ornamento, un lenguaje por derecho propio

Por Santiago Cuenca

Sobre la calle Eligio Ayala, casi Tacuarí, a metros del tradicional Bar San Roque, se oculta una joya urbana que pasa inadvertida para muchos. El follaje de un árbol frondoso cómplice del tiempo y el descuido vela su presencia como si quisiera protegerla del olvido o tal vez del ruido apresurado de la ciudad. 

Es una casa que pertenece a esa Asunción que todavía sabía de elegancia y de detalles. Su composición armónica, de clara influencia francesa, se despliega sin estridencias: 

Las columnas juegan un papel central en la composición visual y simbólica del conjunto. Se alzan imponentes, flanqueando los vanos como guardianas silentes de una época en que la arquitectura era también una forma de arte cotidiano. Su fuste, liso y de proporciones robustas, se levanta desde un basamento sobreelevado que parece aferrarse con firmeza al nivel de la vereda. Este zócalo, marcado por el desgaste y las huellas del tiempo, actúa como pedestal y transición entre lo mundano y lo ornamental.

A media altura, como si la columna llevara un vestido de gala, aparece un delicado motivo decorativo: un lazo de moño esculpido con gracia del que se desprenden guirnaldas de flores que caen suavemente sobre el tambor. Este gesto escultórico, típico del repertorio decorativo neoclásico y Beaux-Arts, aporta una nota de ternura y ligereza. El capitel, de solemne orden corintio, coronado con hojas de acanto minuciosamente labradas, completa la composición con nobleza clásica. 

Fotografía por Santiago Cuenta

Las barandillas de hierro forjado actúan como un fino encaje metálico. Son verdaderas filigranas, donde las líneas curvas dibujan espirales, bucles y motivos vegetales que dialogan con la ornamentación general del conjunto, la ligereza visual del hierro contrasta con la solidez de los muros, aportando dinamismo a la composición.

 

Fotografía por Santiago Cuenca

La abertura principal, es un verdadero portal ceremonial, más cercano a una escenografía teatral que a una simple entrada. Compuesta por dos hojas de madera trabajada en alto relieve, ostenta paneles moldurados que conservan aún parte de su nobleza original, a pesar de las grietas y el descascaramiento de la pintura, que hoy parecen cicatrices dignas, testigos del paso del tiempo. Los detalles ornamentales, guirnaldas, rosetones y molduras vegetales, hacen de esta puerta una pieza escultórica por derecho propio.

Fotografía por Santiago Cuenca

Por encima de la abertura principal, como una presencia silenciosa que observa sin juzgar, se alza un altorrelieve femenino, la figura parece emerger del muro con una suavidad escultórica que desmiente la dureza del material. Su rostro sereno, de facciones suaves y cabello recogido, se encuentra rodeado por guirnaldas florales que caen como coronas vegetales a ambos lados.

Este elemento alegórico, tan propio del repertorio académico afrancesado, puede interpretarse como una musa, una ninfa o una representación simbólica de la belleza, la arquitectura o incluso de la propia ciudad. Su presencia no es meramente decorativa: actúa como un punto focal simbólico que confiere dignidad y sentido al conjunto compositivo de la fachada.

Fotografía por Santiago Cuenca

Los guardapolvos actúan como cejas decorativas sobre los vanos de los balcones: sombrean, adornan y completan el juego de luces y sombras que se proyecta sobre la pared a lo largo del día. Son pequeñas pero poderosas declaraciones de la atención al detalle con la que fue concebida esta obra, donde ningún elemento fue improvisado.

El entablamento, enmarcado por una moldura semicircular que recuerda a un frontis clásico y una mansarda cubierta con tejas que evocan las cubiertas de pizarra parisina, coronada por una baranda de hierro forjado que dibuja curvas etéreas, como notas musicales sobre una partitura de cal y tiempo.

Fotografía por Santiago Cuenca

Pocos la notan. Pocos se detienen. Pero, sin embargo, ahí está: como un suspiro atrapado en el muro, como un poema que nadie lee pero que no deja de latir. Esta fachada no reclama atención; más bien la susurra, como quien guarda un secreto en medio de la ciudad que cambia.

Porque algunas bellezas no gritan, se esconden. Y esperan.