Fortín Toledo: un lugar donde la guerra habla, pero el museo calla

Fortín Toledo: un lugar donde la guerra habla, pero el museo calla

Por Eduardo Quintana

Fotografía por Eduardo Quintana - MUPA.


El Museo Fortín Toledo, en el corazón del Chaco paraguayo, es único en su tipo: se alza sobre un antiguo escenario de trincheras de la Guerra del Chaco (1932-1935) y convive con una reserva natural del Centro Chaqueño para la Conservación e Investigación – Proyecto Taguá. A primera vista, parece un homenaje sólido al pasado bélico del país. Tiene una sala de exposiciones, otra de proyecciones, una réplica de garita y varios objetos militares. Fue inaugurado con bombo oficial en junio de 2022. Pero el museo, en verdad, aún no está terminado. Y peor: no está pensado.

Ubicado a casi 490 kilómetros de Asunción, a 30 de Filadelfia y apenas 9 de la Ruta Transchaco (PY09), el Fortín Toledo alberga fusiles, proyectiles, granadas, cantimploras y hasta una cruz construida con fragmentos de municiones de cañones. También presenta una cronología básica de la guerra y una historia del fortín. Todo parece estar ahí… pero nada termina de decir algo.

El acervo, mayormente compuesto por donaciones y préstamos de instituciones y particulares, carece de cartelas, explicaciones históricas, contexto o enfoque narrativo. No hay guion museológico. No hay relato. El visitante camina entre vitrinas sin comprender qué significan esos objetos, ni por qué están allí. Así, el museo cae en uno de los apuntes más comunes desde la museología crítica: convertirse en un mero “depósito de cosas viejas”. Una arquitectura chaqueña moderna y funcional que enmascara su vacío más doloroso: la ausencia de contenido.

Fotografía por Eduardo Quintana - MUPA.

Pero hay más. Entre los objetos expuestos hay piezas que ni siquiera pertenecen a la Guerra del Chaco, ubicadas sin criterio, solo para “rellenar” espacio. Mientras tanto, otras historias fundamentales están completamente ausentes. Por ejemplo, las de los pueblos indígenas.

Las comunidades originarias, como los Enlhet, Nivaclés, Ayoreos y Sanapanás -entre otras- no figuran en el discurso oficial de este museo. Y sin embargo, fueron protagonistas silenciosas —y a menudo víctimas— del conflicto. La guerra significó para ellos no solo desplazamientos forzados, sino también la ocupación militar de sus tierras ancestrales y la imposición de un modelo de desarrollo ajeno y hostil.

El libro ¡No llores! La historia Enlhet de la Guerra del Chaco, editado por Hannes Kalisch y Ernesto Unruh (Museo del Barro, Servilibro, 2018), documenta la violencia sistemática que sufrieron estos pueblos por parte del ejército paraguayo, durante y después de la contienda. El Chaco fue escenario no solo de una guerra entre Estados, sino también de una colonización interna. Los indígenas no fueron soldados reconocidos, ni ciudadanos protegidos: fueron considerados obstáculos.

A 90 años del fin de la Guerra del Chaco, ambos países siguen diciendo que ganaron. En Paraguay, el relato hegemónico persiste en los manuales escolares y los discursos patrióticos. Pero no se habla de los que perdieron en silencio: los pueblos originarios. Los Enlhet, como otros, no solo fueron ignorados por el relato nacional, sino también por museos que supuestamente relatan "la historia de todos".

Este museo fue construido por el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones, con apoyo de la Secretaría Nacional de Turismo y hoy depende formalmente de la Municipalidad de Mariscal Estigarribia. El acceso es gratuito. Paradójicamente, quienes lo atienden no pertenecen al Estado, sino al Centro Chaqueño para la Conservación e Investigación – Proyecto Taguá. Son conservacionistas y técnicos que, por convicción y sin respaldo oficial, cuidan el lugar “por amor a la patria”.

A pesar de la precariedad institucional, el Museo Fortín Toledo representa una gran oportunidad. Su infraestructura es excelente, su localización estratégica y su temática de alto interés histórico. Pero necesita con urgencia una museografía profesional, un guion curatorial crítico y participativo, y una verdadera construcción de comunidad.

Puede y debe aprender de experiencias cercanas, como los museos históricos de Neuland, Filadelfia y Loma Plata. Pero sobre todo, debe abrir las puertas a las voces indígenas. No como “folklore”, no como añadido exótico, sino como protagonistas de una historia aún no contada. Incorporarlos es un acto de justicia, memoria y reparación.

Fotografía por Eduardo Quintana - MUPA.

El Fortín Toledo no necesita más cemento ni vitrinas, necesita memoria. No basta con mostrar cascos y municiones si no se confronta la historia completa: la del conflicto, pero también la de sus víctimas invisibles.

La guerra no terminó en 1935 para los pueblos indígenas del Chaco. Sigue viva en el olvido institucional, en el despojo y en la ausencia de su voz en museos como este. Si el Fortín Toledo aspira a ser más que un mausoleo decorado, debe empezar por escuchar. Porque sin verdad, no hay memoria. Y sin memoria, no hay justicia histórica posible.