La Venus de Allegrain escondida en la Plaza Uruguaya
Por Mayra Jiménez
“No hay nada mejor escondido, que aquello que está a plena vista”
Adentrándonos nuevamente hasta la Plaza Uruguaya, en el centro de Asunción, y accediendo desde la calle México, hoy nos recibe un conjunto de esculturas blancas que evocan el esplendor del arte europeo del siglo XIX. Las mismas fueron catalogadas durante décadas como copias de esculturas originales de Calímaco, escultor griego, y de Antonio Canova, maestro del neoclasicismo italiano; sin embargo, un análisis revela un error de registro en una de ellas.
La Antigua Plaza San Francisco, como anteriormente se conocía a la Plaza Uruguaya, fue un gran arenal donde inicialmente la orden franciscana contaba con un rancherío de esclavos y corral de bestias durante la época colonial.
Más adelante, durante el gobierno del Dr. Francia, el sitio fue convertido en cuartel del Ejército, y en la parte correspondiente a la actual plaza, incluso se efectuaron fusilamientos en tiempos de Carlos Antonio López (en 1857 de los hermanos Teodoro y Gregorio Decoud, y en 1859 al feminicida Vicente Castelví), en 1861 funcionó como la primera boletería del Ferrocarril, en 1865 como sitio de ensayos de fuego del mítico Batallón 40, y en 1925 fue el último escenario del gran maestro Agustín Pío Barrios en nuestro país.
Con este gran legado encima, la plaza es un libro abierto donde cada área guarda una historia que descubrir y contar.
Entre esos elementos, hoy nos referimos a las obras escultóricas aparentemente traídas de Francia en 1918, encargadas por el intendente municipal de aquel entonces, Albino V. Mernes. El Arq. Carlos Zárate comenta que se tratan de réplicas seriadas de escultores clásicos y que fueron colocadas en el primer semestre del siglo XIX, Mernes había traído dichas esculturas con la finalidad aparente de educar a la población.
En un principio, dichas esculturas estaban distribuidas en diferentes espacios de la emblemática plaza. Luego de la restauración de la plaza durante la gestión del intendente municipal Arnaldo Samaniego, fueron colocadas en la misma línea cerca del acceso sobre la calle México.
Venus Genetrix
Una de las diosas más representadas en el arte es la diosa del amor y la belleza, (Afrodita para los griegos, Venus para los romanos). Donde su imagen ha servido para representar el ideal de belleza femenino de cada época.
El tipo escultórico de la Venus Genetrix muestra a Venus en su aspecto de Genetrix (madre), ya que fue honrada por la dinastía Julio-Claudiana de Roma (supuesta antepasada de su gens), donde se aplicó una designación romana a un tipo iconológico de Afrodita que inicialmente tuvo su origen en el mundo griego; además, las referencias contemporáneas identifican a la estatua de culto (actualmente perdida) en el templo de Venus Genetrix, como realizada por el escultor griego, Arkesilaos.
La Venus Genetrix es un modelo de escultura que parece salir de su baño, con la mano izquierda recoge su prenda, y con la otra sostiene la mítica manzana de Paris (La misma, es uno de los atributos más comunes asociados a la figura de la diosa).
Afrodita de Fréjus
La escultura exhibida en la Plaza Uruguaya es una copia de esta versión de Afrodita de Frejús, y esta a su vez, se trata de una copia romana en mármol de un original griego en bronce, atribuido al escultor griego Calímaco y actualmente ubicada en el Museo Nacional del Louvre. La diosa de la escultura posee una pierna doblada y apoyada en la punta de los pies, esta actitud crea movimiento. Además, la figura se encuentra en contraposto.

“La Bailarina”
Consiste en una reproducción de una original del escultor italiano Antonio Canova, la original, fue realizada por encargo de la primera esposa del emperador Napoleón Bonaparte, Josefina de Beauharnais; y titulada como “Bailarina con las manos en las caderas”. Esta escultura forma parte de un conjunto de obras junto con la “Bailarina con el dedo en la barbilla” de 1809, y “La Bailarina de los címbalos”, de 1812.
Las tres revelan cómo Canova logró inmortalizar de forma natural distintos movimientos de danza a la búsqueda de un ideal: la belleza en el movimiento (siempre dentro de unos parámetros de control y armonía relacionados con buscar la “gracia”, sin gestos exagerados, típicos del neoclásico).

“La Bañista”
La escultura conocida localmente como “La Bañista” es atribuida también a una reproducción de una obra original de Antonio Canova. No obstante, la escultura original de Canova, titulada “Venus Itálica”, presenta diferencias notables con respecto a la mencionada escultura ubicada en la plaza, quien más bien parece ser una copia de la Venus saliendo del baño (La Baigneuse), del menos conocido escultor francés, Christopher Gabriel Allegrain.
Esta posibilidad resulta posible, debido a que se trata de una de las esculturas más replicadas a nivel mundial, además de que la misma coincide tanto en sus características como en el nombre de esta, la hipótesis fue validada por el historiador de arte, Juan Manuel Talavera, y por el historiador Manuel Domínguez.
La Baigneuse, o Venus en el baño, es una escultura de mármol realizada por el escultor Christophe-Gabriel Allegrain, presentada en 1767 y conservada en el Museo del Louvre, en París. El encargo fue realizado por Abel-François Poisson de Vandières, marqués de Marigny y director general de los edificios del rey, el rey posteriormente se la ofreció a Madame du Barry.


Atribuir correctamente la autoría original de la escultura es un acto de justicia estética e histórica. Reconocer a Christophe-Gabriel Allegrain como el creador de la obra permite restaurar una parte olvidada del relato artístico en Paraguay. Su visión, aunque reproducida en una copia, sigue siendo portadora de un lenguaje plástico que atraviesa fronteras y siglos.
Este gesto no solo corrige una omisión en la memoria cultural local, sino que invita a revisar cómo la historia del arte —también en nuestro país— fue moldeada por atribuciones erróneas, nombres silenciados y figuras desplazadas a los márgenes. Nos recuerda la importancia de volver sobre lo que parecía definitivamente sabido, o simplemente desestimado, como si el patrimonio menor no mereciera interrogaciones profundas.
Aunque las esculturas de la Plaza Uruguaya no son piezas originales, su presencia adquirió un valor propio. Son huellas materiales de un legado artístico que viajó en forma de copia, pero que aquí se convirtió en experiencia viva. Testimonian cómo las estéticas europeas del siglo XVIII llegaron a nuestro territorio y encontraron nuevas lecturas bajo otras latitudes.
Para muchas generaciones de paraguayos y paraguayas, estas obras ofrecieron un encuentro tangible con una historia del arte que de otro modo habría permanecido distante, encerrada en los salones inaccesibles de los grandes museos.