¡Qué peligrosa maravilla son los museos!

¡Qué peligrosa maravilla son los museos!

Por Ángel Luis Carmona

No hace mucho, el visitante de determinado museo me dijo con fastidio: “Esto no es un museo, es publicidad ideológica”. En cierto sentido, no le faltaba razón: todo museo responde a un “guion museológico”, incluso si a quienes llevaron adelante el museo jamás se les pasó por la cabeza armar tal guion. El acervo que contiene es fruto de un coleccionismo más o menos azaroso y no de una línea premeditada de contenidos.

Por supuesto, tal guion, sea conscientemente o no, ha de reflejar por fuerza las convicciones ideológicas de sus diseñadores… Recuerden que no hay mayor prueba de contenido ideológico que negar que se tiene una ideología.

De hecho, si personas o instituciones invirtieron dinero y esfuerzo —mucho esfuerzo y poco dinero en nuestro país, por cierto— para armar un espacio museístico, es siempre porque desean mandar al mundo un mensaje poderoso. Y para hacer poderoso un mensaje, no hay mejor fórmula que transmitirlo a través de un museo, que multiplicará y fortalecerá su carga simbólica.

Los símbolos son tan importantes por el mismo motivo que son peligrosos: tocan la fibra más vivencial de individuos y sociedades. Así que sí: todos los museos tienen algún “aspecto propagandístico”, y su visitante debería leerlos con tanta admiración y respeto como con precaución.

Centro de Artes Visuales / Museo del Barro. (Foto de Eduardo Quintana / MUPA)

Conviene recordar que los museos, como las personas, dicen más de lo que se proponen y, también, con frecuencia, lo que callan, minimizan y ocultan resulta más brutalmente patente que lo que ensalzan orgullosamente. Tal como alguna vez explicó Roland Barthes, muchas veces el contenido más poderoso de cualquier mensaje es aquello que el autor omitió o incluso intentó ocultar con una cortina de palabrerío superficial.

En fin, el viejo refrán que señala que quien habla no expone solo lo que dice, sino que también muestra lo que es (“por la boca muere el pez”), podría aplicarse por igual a personas y museos. Y no: no es el acervo que conserva el museo el que contiene sesgos de contenido, sino que el modo con que el guion museístico “tramita” el acervo es lo que lo carga, ya sea voluntaria o involuntariamente, de contenidos ideológicos.

Para entenderlo con un ejemplo extremo —y por lo tanto un poco simplista— denles las mismas armas, uniformes, impedimentas y artilugios bélicos a un pacifista y a un militarista, y tendrán dos museos completamente distintos: un canto al heroísmo el uno, una denuncia del horror de la guerra el otro. Sin embargo, no hay que menospreciar el “radar” perceptivo del visitante: es fácil que el público termine más horrorizado ante un exagerado belicismo que ante un alegato antibélico. Cuando a alguien se le va la mano con sus sesgos ideológicos, suele ocasionar un efecto de rebote.

Como ya dije, se trata de un ejemplo extremo, pero el fenómeno se replica en una escala de más sutilezas si aplicamos otros parámetros: digamos que, en lugar de un pacifista y un militarista, entregamos nuestro imaginario paquete de objetos militares a los dos bandos que protagonizaron la contienda. Ni siquiera hará falta que se propongan una exhibición sesgada: si no tienen mucho control autocrítico, el sentimentalismo patriótico les escribirá el guion museológico.

Por otra parte, hay que tener también cuidado con la evolución de la sociedad, que va poco a poco, pero inexorablemente, cambiando la lectura que los visitantes de determinado museo hacen de su contenido… El Museo Británico o el Louvre son buena muestra de ello: su museología dice: “¡Mira qué imperio más grande somos, nos apropiamos de todo el arte del mundo!” y, en su día, la gran mayoría de la gente la leyó en esos términos. Pero cada vez más personas lo leerán actualmente como: “¡Vaya manga de ladrones sin escrúpulos!”, por más que argumenten que fue para “preservarlos de zonas de riesgo”; simplemente se los apropiaron… ¿o no?

Es, en verdad, imposible apropiarse de un patrimonio, por más que uno posea los objetos: el Partenón nunca será británico ni francés. Por ello, esos museos del expolio poseen muchos objetos, pero no tienen nada de valor simbólico patrimonial.

Es precisamente por ser guardianes del valor simbólico del patrimonio en todas sus variantes —desde las artes a la ciencia, pasando por la historia y la tradición mitológica— que los museos no son lugares neutros, más allá o más acá del contenido ideológico, sino, por el contrario, peligrosísimas bombas cargadas de explosivos contenidos simbólicos. Son maravillosamente importantes porque no guardan objetos, sino contenidos simbólicos magníficamente peligrosos… tan fascinantes y peligrosos como los seres humanos.